lunes, 22 de noviembre de 2010

Seda




Repaso sus líneas lentamente con esa mirada que tanto le gusta. Llego a percibir el nacimiento de una sonrisa entre sus dos mejillas sonrojadas, vergonzosas.

Se levanta agarrando con suavidad las sábanas y aprecio su piel cohibida en el frío, y yo quiero acanzarla y besarla, acunarla entre mis brazos con ese calor que sabe que puedo darle. Se contonea mirando hacia atrás, sabiendo que me deleito con cada curva de su cuerpo, con cada tonalidad de su piel que supera lo más realista de mis sueños. Su pelo largo, que tapa ínfimamente sus pechos firmes y ella me sonríe, pidiéndome que la busque y que la encuentre.

Como yo, como ella, me abalanzo y la quiero. Recorro sus curvas, me pierdo en su mirada de párpados cerrados y fríos. Oigo su leve murmullo, beso su cuello y me encuentro con su respiración agitada que me pide que la ame. Se muerde el labio inferior, noto la presión de sus dedos sobre la espalda y luego, el movimiento lento de sus caderas. El vaho de su boca como mi aire, como si no hubiese mañana.

La luz tenue de la tarde de invierno entra con suavidad entre mis desvaídas cortinas, se pasea por la estacia y por mis pensamientos. La ilumina a ella, a sus mejillas aún sonrojadas, a su ombligo que baja y sube en un vaivén desosegado, con dulzura.

Hay un último beso, una última caricia, pero quizás no haya otro mañana sin ella.