jueves, 22 de julio de 2010

Entes




Gente que va, y gente que viene. Nacemos creyéndonos únicos en el universo, perfectos en nuestro reducido habitáculo. Y crecemos. Crecemos junto a otros, crecemos enriqueciéndonos de experiencias, de vivencias y de sensaciones. Miles de seres que pasaran por nuestras vidas y dejarán huella, algo nuevo que aprender y un nuevo horizonte que mirar. A veces dejan huellas preciosas, inamovibles para el tiempo y el olvido. Otras, dolorosas como el mismo infierno. Y otras huellas que están ahi, que se olvidarán, y que pasarán como pasan las estaciones.

Otras veces le recordarás. Recordarás la melancolía de sus días y de sus noches. De sus palabras y de sus tonterías. Te preguntarás que fue del ayer y tú mismo encontrarás una respuesta. A veces no hay más sensaciones que el propio sentir.

Pensar en lo que podría haber sido. Lo que sería y lo que será. Otros que te decepcionan, que te olvidan. Y tú, inamovible, que esperas y esperas una señal, un hola y un me quedo para siempre. Una palabra que te jure lealtad eterna.

Ni la eternidad, ni las personas, ni las relaciones, ni las huellas, existen.

martes, 20 de julio de 2010

Destinos (Prólogo)




Prólogo Vía de escape



Luces. Sonidos. Alarmas.


Y la pequeña corría sin saberlo hacia su perdición. Pero, ¿qué iba a saber ella? Su subconsciente le obligaba a correr sin mirar atrás. Nunca mirar atrás.

Oía pasos apresurados cerca. Le pisaban los talones y ella no sabía dónde esconderse. Mirase donde mirase, todo se le antojaba igual de macabro y oscuro. Aquella ciudad era demasiado…fría. Tanto metal y tanta luz impedía ver el cielo, encapotado por los gases tóxicos de innumerables fábricas humanas. ¿Dónde debía ir? Ni ella misma lo sabía. “¡Corre! ¡Vete, huye!” Aquellas palabras fueron las últimas que escuchó de la boca de su hermano, antes de perderle de vista. Se sentía abandonada. Se sentía sola y olvidada por todos. Sabía que ella era tan sólo el cebo para aquellos hombres; para que sus dos hermanos escaparan. La habían utilizado.

Lo único que impedía que las lágrimas aflorasen en sus ojos era el nudo que yacía en su garganta. El miedo, la impotencia. Algo le decía que moriría allí, pero moriría por sus hermanos. Los que la habían abandonado.

¿Eso estaba bien?

Las piernas le flaqueaban. Ya no podía correr más. Los soldados imperiales la encontrarían y ella no podría hacer nada por evitarlo. “Al menos” pensó “Espero que Derik… esté bien”

Ellos tres siempre habían deseado escapar de allí. La ciudad los asfixiaba y bien sabían que aquel sitio no era su lugar. Aquel humo infernal, aquel cielo sin luz, donde se les inculcaban valores que nada tenían que ver con los principios de los humanos. La joven, desde pequeña, siempre había escuchado hablar a los mayores acerca de algo llamado “naturaleza”, “árbol”, “flores”, pero hasta muchos años después, no supo a qué se referían esos términos. Su hermano Derik era demasiado pequeño, y no sabía leer, pero ella y su hermano mayor investigaron asuntos prohibidos en aquella sociedad. La naturaleza. El origen de la vida.

Se decía que, más allá de las murallas de las ciudades, existía otro tipo de vida. Aquellos libros tan primitivos, de hojas y cubierta de cartón, hablaban acerca de un cielo azul cubierto de nubes blancas. Hablaban del Sol, siempre visible en el cielo, y de la Luna, acompañante de la noche. Esos libros hablaban acerca de las distintas especies que habitaban aquellos lugares; corrientes de aguas puras y cristalinas, mares y océanos interminables. Ella jamás supo imaginar el agua de otra forma que no fuera turbia y arenosa, ni tampoco supo imaginar que no costara nada encontrar aquella sustancia . En la ciudad, aquel que podía comprar agua, debía de ser rico o tener buenos enchufes en el estado. Sus padres eran agentes de policía del cuerpo nacional, por ello, en su casa jamás faltaba el agua. Pero ella se encogía de miedo al salir a la calle y ver los cuerpos desnutridos y esqueléticos de aquellos que carecían de agua y comida: su piel reseca, sus calvas prematuras, diferentes deformaciones. Tenía miedo de verse así algún día. En aquellos tiempos las enfermedades eran más contagiosas y la población moría sin remedio. El oxígeno también era escaso. Aquellos que no eran capaces de pagar por el aire que respiraban, eran destinados a habitáculos minúsculos con enormes maquinarias que respiraban por ellos. La verdad de aquello, es que eran cementerios donde enviaban a las familias que ni trabajaban ni hacían nada por la sociedad. Y allí morían, abandonados por todos, como ratas.
Pero al gobierno no parecía importarle. Una sociedad demacrada por el paso de los años.

Lo que más le llamó la atención fue… aquel árbol.

Había un papiro entre las hojas de aquellos libros. Un papiro del que apenas se podía leer algo, pero ella pudo ver perfectamente que hablaba sobre el origen del mundo.
Y aquel que había traído la vida, era un árbol. Un gigantesco árbol que se encontraba en el corazón del mundo; un árbol de hojas doradas como los atardeceres. El origen de la vida, protegido por los más misericordiosos seres. Por aquel entonces era sólo una niña que soñaba con otros mundos, y aquella historia consiguió fascinarla por completo. Se imaginaba a sí misma, protegiendo a aquel árbol de monstruos que querían acabar con él. Se veía empuñando armas primitivas, como espadas y hachas. Así sentía que escapaba de la rutina y de su cárcel: su hogar.

Ella y sus hermanos apenas salían a la calle. Sus padres siempre estaban sentados en unos butacones enormes, con aire que les enfriaba la casa, observando una gran pantalla donde se les mostraba lo que sucedía en el mundo. Era imposible estar fuera de casa con el calor y el humo asfixiante de la ciudad. La capa de ozono había sido destruida casi por completo, y el dióxido de carbono había elevado la temperatura ambiente diez grados por encima de lo normal.
En aquella metrópoli, tan pobre y tan vana, no había siquiera refrigeradores por las calles.

Pero lo que más le fascinó a la muchacha, absorta en los libros, fueron aquellos bosques de los que hablaban. Interminables manchas verdes donde se respiraba la paz. Allí llovía sobre enormes alfombras carmesíes y de oro. Ella soñaba y soñaba despierta.
- Oye – le dijo una vez la bibliotecaria – Esta sección está restringida. Aquí no se puede entrar.
Ella sonrió amablemente, asintiendo, y salió del edificio andando tranquilamente, mientras se llevaba unos cuantos libros en el interior de su mochila.

Y así pasaron los años, leyendo libros. Su hermano mayor parecía más emocionado que ella incluso, aunque la joven se dio cuenta, mucho después, que lo que su hermano sentía era temor.

Y de eso se percató la noche que irrumpió en su habitación, con los ojos desorbitados y temblando de arriba abajo.
- Le buscan. Le están buscando, pero no lo pueden encontrar. ¡Le matarán¡ - Apartó su edredón y la zarandeó - ¡Alba, maldita sea! ¡Corre! ¡Vete, huye!

Mientras su hermano se llevaba al pequeño Derik en brazos, ella se encontró en medio de una calle desierta, sola, y angustiada. No sabía qué estaba sucediendo, pero si olía a la muerte en casa esquina. Y poco después, oyó pasos. Oyó voces. Y supo entonces que la perseguían. Que no había marcha atrás. Y ahora se en encontraba en aquel lugar, huyendo de sombras.

Pero al girar una esquina, se encontró de bruces con un hombre, y los dos cayeron al suelo. La joven intentó soltarse de las manos de él, pero era demasiado fuerte. Fue entonces cuando una voz cálida e interior la tranquilizó.

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La temblorosa joven alzó el rostro y se encontró con un hombre mucho mayor que ella, que le sonrió con ternura. Alba no pudo hacer otra cosa que dejar de forcejear y rendirse. Si le había llegado la hora, ella ya no podía hacer nada. Entonces fue cuando las lágrimas salieron de sus ojos.
- ¿Qué está pasando? – sollozó – Me quieren matar… me quieren matar…
El hombre de cabellos largos y rubios la abrazó, intentando tranquilizar a la niña.
Nadie, jamás, te va a tocar. Nadie te va a matar – su voz le sonaba lejana, segura.
Y, cuando miró al hombre a los ojos, supo que jamás olvidaría aquella mirada de color almendra, casi verde.

sábado, 17 de julio de 2010

Infinito




El joven apreció, bajo la tenue luz de la luna, sus facciones blancas y delicadas.
Nunca había concebido una perfección semejante.
Aquellos labios encarnados y finos. Se preguntó a qué sabrían.
Sus mechones de cabello plateado caían de forma mágica sobre su mejilla de manzana, trazando insinuantes curvas, y luego caían sobre su pálido cuello.
Las manos del joven temblaron de excitación.
Se fue acercando con lentitud a su rostro. Su aliento cálido recorrió su cuello con lentitud.
Estaba fría. Y, sin embargo, bajo aquella piel de mármol y seda, sabía que un calor extremo recorría sus venas de porcelana.
El tiempo se detuvo para él. Sintió que nada más importaba. La tenía en sus brazos, la mujer que más amaba en el mundo, lo que más le importaba. Y nada tenía sentido tras aquel velo.
La muchacha abrió los ojos con lentitud. Y entonces fue el golpe mortal para él. Cuando se dio cuenta de que ya nunca más podría concebir un mundo de luz sin un amanecer suyo.
Fueron sus ojos los que hicieron que chocara contra la cruda realidad.
Aquellos iris azules transparentes que le mostraban a sí mismo. Aquellos dos mares profundos sin fondo, que se movían al profundo latir de su corazón.
Y cuando ella le miró y su pupila negra se ensanchó, Derik supo de alguna manera, que la había perdido para siempre.

Pereza.




Su pelo ondeaba al viento y yo la amaba. Amaba la soledad de sus paos y la solemnidad de sus ojos claros. Su leve perfume. Su sonrisa adornada por dos hoyuelos.

Quería comerse el mundo y yo la amaba. Sus pensamientos firmes. Su claro pulso. Se iba libre y fría, con un corazón demasiado cálido, quizás, para ella. Y yo la amaba. No existía el tiempo. Ella lo sabía y no dudaba.

A veces parecía que ni el aire corría. Solo ella, tan sólo eso. Yo la amaba, sí, aunque ya no. Eterno fue el tiempo y eterno fue el recorrido, igual que el agua lenta, susurrane y leve, tan leve, que embriagaba. Su amor seguro, fuerte, efímero. Efímera ella, envuelta en sábanas de seda. Efímero todo lo que le rodeaba. Tan efímera como la luz de la mañana.

Yo la amaba, sí. En otro tiempo, en otro lugar, con otro sol, y bajo otro cielo.

sábado, 10 de julio de 2010

Winter




Pasan los días. Pasan las semanas. Los segundos tan livianos que apenas los notas, y con ellos pasa el verano con la cabeza apoyada en su pecho. La brisa cálida, el aroma húmedo. Una sonrisa.

Pensar que puede durar para siempre, que te quiere más que a todo. Para luego descubrir que para él, hay cosas más importantes que tú. Pensar que para él, sólo existe tus ojos. Pensar que sólo mira tu sonrisa y que sólo bebe de tu piel. Meses interminables. Espuma de mar. Ilusiones perdidas entre las olas que se estrellan como cristales en rocas olvidadas. Pensar que podía ser como un cuento de hadas. Que ella solo quería que la quisieran.

miércoles, 7 de julio de 2010

En su noche




Se lo prometió. Andó sobre el acantilando sintiendo las piedras calizas frías bajo sus desnudos pies. Las lágrimas se congelaban en su rostro por la brisa gélida de la clara noche. La luna, las estrellas, y todo eso. Todo lo que a ella no le importaba.

Y se lo prometió. Mil y una veces, mil y una vez que lloró de impotencia y otras tantas de lo mismo. Sus pies que rozaban la misma piedra sucia. Sus dedos que desgarraban el mismo cielo oscuro.

Se lo prometió una vez más. Todo cambiaría. Ella haría lo imposible. Su vida era lo único que tenía y la única que podía cuidar de ella misma. Jamás dejaría su alma en manos de nadie. Jamás dejaría que se hiciera pedazos. Sola, sola, sola. Desde que nace hasta que se muere. Sola. Con su maldita soledad. Sola. Sola. Sola.

Era tan fácil como saltar desde el acantilado, y su vida sería suya, y habría hecho con ella lo que habría querido, para que nadie más pudiese arrebatársela salvo ella misma.

¿Había ganado el juego? ¿Cerrando a cal y canto su cuarto etéreo con llave habría conseguido que no le quitasen su propia libertad?

"Protegerse no es encerrarse en una misma" pensó "Pero quizás sea la única solución".

sábado, 3 de julio de 2010

Neruda





Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy.
El río anuda al mar su lamento obstinado.

Abandonado como los muelles en el alba.
Es la hora de partir

Sobre mi corazón llueven frías corolas.
Oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos!

En ti se acumularon las guerras y los vuelos.
De ti alzaron las alas los pájaros del canto.

Todo te lo tragaste, como la lejanía.
Como el mar, como el tiempo. ¡Todo en ti fue naufragio!

Era la alegre hora del asalto y el beso.
La hora del estupor que ardía como un faro.

Ansiedad de piloto, furia de buzo ciego,
turbia embriaguez de amor, ¡todo en ti fue naufragio!

En la infancia de niebla mi alma alada y herida.
Descubridor perdido, ¡todo en ti fue naufragio!

Te ceñiste al dolor, te agarraste al deseo.
Te tumbó la tristeza, ¡todo en ti fue naufragio!

Hice retroceder la muralla de sombra,
anduve más allá del deseo y del acto.

Oh carne, carne mía, mujer que amé y perdí,
a ti en esta hora húmeda, evoco y hago canto.

Como un vaso albergaste la infinita ternura,
y el infinito olvido te trizó como a un vaso.

Era la negra, negra soledad de las islas,
y allí, mujer de amor, me acogieron tus brazos.

Era la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta.
Era el duelo y las ruinas, y tú fuiste el milagro.

Ah mujer, no sé cómo pudiste contenerme
en la tierra de tu alma, ¡y en la cruz de tus brazos!

Mi deseo de ti fue el más terrible y corto,
el más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido.

Cementerio de besos, aún hay fuego en tus tumbas,
aún los racimos arden picoteados de pájaros.

Oh la boca mordida, oh los besados miembros,
oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados.

Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo
en que nos anudamos y nos desesperamos.

Y la ternura, leve como el agua y la harina.
Y la palabra apenas comenzada en los labios.

Ese fue mi destino y en él viajó mi anhelo,
y en él cayó mi anhelo, todo en ti fue naufragio!

Oh, sentina de escombros, en ti todo caía,
qué dolor no exprimiste, qué olas no te ahogaron!

De tumbo en tumbo aún llameaste y cantaste.
De pie como un marino en la proa de un barco.

Aún floreciste en cantos, aún rompiste en corrientes.
Oh sentina de escombros, pozo abierto y amargo.

Pálido buzo ciego, desventurado hondero,
descubridor perdido, todo en ti fue naufragio!

Es la hora de partir, la dura y fría hora
que la noche sujeta a todo horario.

El cinturón ruidoso del mar ciñe la costa.
Surgen frías estrellas, emigran negros pájaros.

Abandonado como los muelles en el alba.
Sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos.

Ah más allá de todo. Ah más allá de todo.

Es la hora de partir. ¡

Mine




Como una fiera que nos busca y no cesa. Que termina por encontrarnos, que nos afixia y nos adentramos en su tiempo. Tiempo lento y pesado. Saber que no puedes escapar. Caminas junto a ella. Te muerde. Te mata. Te olvida
Y la sigues deseando, lo único que tienes. Lo único que te queda.La amas. La buscas

La vida