sábado, 17 de julio de 2010

Infinito




El joven apreció, bajo la tenue luz de la luna, sus facciones blancas y delicadas.
Nunca había concebido una perfección semejante.
Aquellos labios encarnados y finos. Se preguntó a qué sabrían.
Sus mechones de cabello plateado caían de forma mágica sobre su mejilla de manzana, trazando insinuantes curvas, y luego caían sobre su pálido cuello.
Las manos del joven temblaron de excitación.
Se fue acercando con lentitud a su rostro. Su aliento cálido recorrió su cuello con lentitud.
Estaba fría. Y, sin embargo, bajo aquella piel de mármol y seda, sabía que un calor extremo recorría sus venas de porcelana.
El tiempo se detuvo para él. Sintió que nada más importaba. La tenía en sus brazos, la mujer que más amaba en el mundo, lo que más le importaba. Y nada tenía sentido tras aquel velo.
La muchacha abrió los ojos con lentitud. Y entonces fue el golpe mortal para él. Cuando se dio cuenta de que ya nunca más podría concebir un mundo de luz sin un amanecer suyo.
Fueron sus ojos los que hicieron que chocara contra la cruda realidad.
Aquellos iris azules transparentes que le mostraban a sí mismo. Aquellos dos mares profundos sin fondo, que se movían al profundo latir de su corazón.
Y cuando ella le miró y su pupila negra se ensanchó, Derik supo de alguna manera, que la había perdido para siempre.

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