sábado, 17 de julio de 2010

Pereza.




Su pelo ondeaba al viento y yo la amaba. Amaba la soledad de sus paos y la solemnidad de sus ojos claros. Su leve perfume. Su sonrisa adornada por dos hoyuelos.

Quería comerse el mundo y yo la amaba. Sus pensamientos firmes. Su claro pulso. Se iba libre y fría, con un corazón demasiado cálido, quizás, para ella. Y yo la amaba. No existía el tiempo. Ella lo sabía y no dudaba.

A veces parecía que ni el aire corría. Solo ella, tan sólo eso. Yo la amaba, sí, aunque ya no. Eterno fue el tiempo y eterno fue el recorrido, igual que el agua lenta, susurrane y leve, tan leve, que embriagaba. Su amor seguro, fuerte, efímero. Efímera ella, envuelta en sábanas de seda. Efímero todo lo que le rodeaba. Tan efímera como la luz de la mañana.

Yo la amaba, sí. En otro tiempo, en otro lugar, con otro sol, y bajo otro cielo.

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