miércoles, 7 de julio de 2010

En su noche




Se lo prometió. Andó sobre el acantilando sintiendo las piedras calizas frías bajo sus desnudos pies. Las lágrimas se congelaban en su rostro por la brisa gélida de la clara noche. La luna, las estrellas, y todo eso. Todo lo que a ella no le importaba.

Y se lo prometió. Mil y una veces, mil y una vez que lloró de impotencia y otras tantas de lo mismo. Sus pies que rozaban la misma piedra sucia. Sus dedos que desgarraban el mismo cielo oscuro.

Se lo prometió una vez más. Todo cambiaría. Ella haría lo imposible. Su vida era lo único que tenía y la única que podía cuidar de ella misma. Jamás dejaría su alma en manos de nadie. Jamás dejaría que se hiciera pedazos. Sola, sola, sola. Desde que nace hasta que se muere. Sola. Con su maldita soledad. Sola. Sola. Sola.

Era tan fácil como saltar desde el acantilado, y su vida sería suya, y habría hecho con ella lo que habría querido, para que nadie más pudiese arrebatársela salvo ella misma.

¿Había ganado el juego? ¿Cerrando a cal y canto su cuarto etéreo con llave habría conseguido que no le quitasen su propia libertad?

"Protegerse no es encerrarse en una misma" pensó "Pero quizás sea la única solución".

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