lunes, 7 de marzo de 2011

Vámonos


La habitación siempre había olido más a ti que a mi. Siempre que duermes intento retratarte, a grandes rasgos, lo más superflúo y a la vez profundo de aquel momento. No te dibujo a ti, no intento captar tu esencia, si no la magia del momento. Tú duermes, yo te dibujo. El lápiz se desliza casi solo por la superficie incauta del papel blanco; traza líneas que hasta yo desconocía e incluso parece que poco a poco, en cada remanso de carbón se desdibuja la línea de la realidad y la ficción, la del sueño y la vigilia y queda tan sólo la magia de saber lo que yo sólo sé: que tú, mientras duermes, no puedes alcanzar a comprender lo que vibra a tu alrededor. La lámpara que proyecta la luz sobre tus facciones, quizás armonizándolas más o mostrándome la verdadera realidad tuya. Luego, el colchón más duro de lo que tú y yo esperábamos. Tu rostro se hunde entre la almohada, tu pelo juega entre mis dedos que a su vez, juegan a acariciarle. Vamos a jugar a querernos, vamos a jugar a que todo esto es real. Que cada abrazo que me das cada noche es de amor, que en estos días no existe otra mujer más que yo, que esas miradas que me regalas son reales. Vamos a jugar a que vivimos en una burbuja, que nadie puede cruzarla, que no hay responsabilidades más que la de hacer la cama, desvestirnos y subir la persiana para ver si allá fuera es de día. Vamos a jugar a que cada mañana que nos despertemos seamos uno, a que yo sea lo primero que quieras ver cada día el resto de las mañanas de tu vida. Vamos a creernos que nadie puede entrar en la habitación, que de puertas para afuera todo podría seguir igual que dentro de nuestras mantas. Voy a decirte que me importas, como si fuera verdad. Y yo me creeré tu mirada cómplice.

Sé que la puerta acabará abriéndose. Que voy a tener que despertar, y quizás a mi me cueste despertar porque ahora, cada noche, no necesito soñar si sé que abriendo los ojos te tengo a unos escasos centímetros de mi cuerpo. Ya no quiero soñar si sé que mi realidad superará a mi mundo onírico; si sé que alzando un brazo ya puedo rodear tu cintura, oler el maldito perfume que siempre te rodea fuera de la habitación, en mi rutina.

Agradecer el hecho de dibujar tus ojos cerrados y tus párpados fríos es mera representación de lo cínico. No quiero saber lo que se hunde en tus ojos oscuros, quizás soy demasiado vulnerable y demasiado cobarde como para atreverme a autoconvencerme de nuevo de que la puerta se abrirá en unas horas, y ya no jugaremos a nada. El movimiento acompasado de su respiración me revela y me ha revelado siempre la verdad: la realidad es aquella. Mientras él duerme, yo lo dibujo. No estoy enamorada de él, ni de sus ojos, ni del peso de su cuerpo ni de su calor. Yo ya lo sabía, era el momento. Por eso no lo dibujaba a él, si no a la magia de aquellos días; la realidad efímera que me mostraba mi pequeño arte, el pequeño dibujo de su rostro plácido. Todo es un sueño. Y a mi me va a costar depertarme porque llevo demasiadas noches sin dormir por miedo a que todo aquello se desvaneciera si me atreviese a cerrar los ojos. Pero él ya estaba dormido cuando yo empecé a replantearme si jugar estaba bien, y por eso mismo cuando la puerta se abra él abrirá los ojos y me verá como soy. Se levantará, cojerá la maleta y cruzará el portón sin pensar siquiera en lo que había pasado momentos antes, sin pensar siquiera si aquel sueño podía haber sido real.

Y aún cuando hayas marchado, la habitación seguirá oliendo más a ti que a mi.

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