lunes, 21 de febrero de 2011

Resignación



Cuando abrió los ojos, la paz se esfumó. El ruido seguía allí, rodeándole, afixiándole. Roce de vajillas, vapor, choque de cubiertos contra el suelo; la máquina del café.
Dejó la taza medio vacía, abandonando así aquel peso de más. Parpadeos. Suspiros. La puerta se abría, entraba gente riendo y cerrando paraguas tras de sí, comentando lo banal del tiempo, del clima, de aquel frío. Una mañana lluviosa más, una mañana más en Madrid, rodeada de aceras sumisas y de nubes transeúntes.
Un leve click lo sacó de su ensoñación. Las 11:20. Y quizás ella llegaba tarde, como siempre. Y si no hubiera sido como siempre, si todo hubiera sido de otra manera quizás aquella mañana no hubiera sido cotidiana, y él no estaría observando el poso del café sobre aquella mesa de mantel manchado. En una cafetería más, perdida en el centro de una metrópolis. El sudor frío de su frente le hizo recordar que llevaba el pantalón empapado, pero no le importó. ¿Cómo podía importarle aquella lluvia? Si él reparaba en ella, los demás tan sólo veían impedimentos. Agua sucia, agua de industria que llevaba recuerdos de escombros y de guerras pasadas. Y luego el amor, el amor de olvidarlo todo. El amor que hace que olvides tu rutina, tu vida, los miedos que te invadían. Ese amor que a todo el mundo llega, que te hace desentenderte de los porqués, de tus principios, de tus creencias más aférrimas. Ese amor que sabes que te destruye poco a poco, ese amor que llega cuando la puerta de la cafetería se abre lentamente y entra ella, con el pelo mojado, y con esa sonrisa que sabes que es suya y por la que valdría mas la muerte que la propia vida.

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