miércoles, 11 de agosto de 2010

Olas






A veces somos como ellas. Olas. Agua moldeable, impulsada por el viento, llena de sal y de vida. Otras veces somos espuma, espuma blanca y abatida recostada sobre la arena, o golpeando furiosa las rocas hasta acerlas calizas. Y quizás, otras tantas veces, somos esas olas vacías, leves, llevadas tan sólo por el viento, por las personas. Olas a la deriva. Olas sin fuerza.

Nos moldeamos a nuestro antojo o al de otros. Nos moldeamos ante nuevas situaciones y ante nuevas personas. A veces nos moldeamos hasta olvidar de dónde venimos, que fuimos, y cual era nuestra forma original. Comenzamos pensando lo que queremos ser, luego pensamos en qué seremos, y finalmente, pensamos en lo que una vez quisimos ser, y nunca lo fuimos. Cuando queremos emprender la búsqueda de uno mismo, fracasamos. Estamos aqui, aqui. En el mismo sitio donde cambiaste. El yo verdadero no muere, no descansa, no desaparece. Se transforma. Nadie puede reencontrarse consigo mismo, nadie puede intentar buscar quién es en realidad, porque tú siempre serás tú mismo. Cambiarás, pero siempre serás tú. Como el agua que cambia de forma y desea reencontrarse con lo que alguna vez fue, no debe más que mirar en sus propias aguas claras, oscuras, y tan azules que guardan tantos suspiros de vida, para saber que esas aguas siempre han sido y serán, las mismas.



Ella quiso ser el aire. El aire libre que moldea, que nada puede atar, que vaga sintiento, conociendo y soñando con sentimientos. Ella quiso ser el aire cálido y la brisa veraniega que baña sonrisas y acaricia atardeceres. Quiso creerse aire y lo fue, solitaria, altanera y liviana. El agua jamás pudo atraparla entre sus dedos, jamás la pudo encerrar entre sus cárceles húmedas. Y enamorado el mar del viento, enamorado de la libertad y de sentirse encerrado entre tierra y roca, quiso ser viento y acompañarla en su viaje. Quiso ser liviano, quiso estar junto a ella, sin saber que aquello era también una dulce condena.

Ella quiso ser viento, sí. Pero el mar la ató, y la hizo suya, y su libertad murió junto con sus ganas de sentir y de vivir. El mar la atrapó, y le hizo dibujar sobre su superficie plana olas gráciles. El mar la atrapó y le hizo recorrer toda su extensión y le hizo amarle, encadenada.

Ella quiso ser viento, sí. Pero el amor le hizo ser parte del mar.

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