domingo, 26 de septiembre de 2010

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Sintió que volvía.
Sería el viento, el olor de la sal, el sonido de las olas. Sería la luz del sol sobre las rocas, sobre letargos remanzos de agua mansa. Las calles estrechas, los recovecos de sol entre hojas planas, el sonido hueco del retumbar de pasos anónimos entre calzadas.

El aroma del adiós, del buenos días de la próxima semana, el despertar y saber que estarás allí. Podrían ser tantas cosas las que le hicieron volver que ni se las planteó en un primer momento. Sentir el viento fuerte, sentir que estaba viva. Darse la vuelta y encontrar un mar nuevo, añorar años perdidos. Recorrer de nuevo pensamientos, mirar hacia un lado y sentir un aluvión de recuerdos. Querer ser, despertar. Despertar. Después de tantos años, debía encontrar su lugar. Había sonrisas perdidas que quería mostrar.

Era como saber que aquello ya no formaba parte de su pasado. Era como sentir que volvía a hilar su hilo desde la última vez que lo dejó. Sin saltos, quemando bordes. Era un grito desesperado, un quiero estar contigo. Un no me olvides, unas palabras de más.

Algo que le quiere decir que jamás se irá.

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