martes, 7 de diciembre de 2010

Principios de eternidades

Si se quita el pantalón, tan estrecho que oprime ganancias y pérdidas, resbalará entre ellos lentamente un calcetín de los dos que lleva, siempre de distinto color. Andará sobre el suelo frío, ya sea verano o invierno, con un sólo calcetín. La cuestión no es si se preocupa o no por el pie desprotegido ni por los colores opuestos. Tampoco es de importancia que, al quitarse el pantalón, se haya llevado consigo los dos calcetines. El frío seguirá calando igual, la lluvia va a seguir mojando sus propias lágrimas y el viento soplará hacia el mismo lugar.

A veces se sienta en su cama, respira hondo y se mira el calcetín azul. Otras veces piensa, escribe, intuye. Desea que llegue la hora de dormir, que quizás algún día ya no haga falta despertar, o simplemente despierte siempre en mitad de la noche. Una y otra vez. Quiere, como alguien siempre quiso alguna vez en su vida, cerrar los ojos para siempre. ¿Quién dijo acaso que fuese fácil?

No se trata de rendirse o no, se trata de cojer fuerzas. El calcetín siempre estará en su pie. Y cambiará el tiempo, la fecha, las entradas y los números. Cambiarán las estaciones, las personas, los gustos y los lugares. Pero ella seguirá siendo la misma, evolucionará como todos y bajo su piel reinará aquel carácter que la había definido por siempre: la resistencia.






Se tapó de sábanas blancas, oculta sus razgos. Quiere cerrar los ojos, no despertar, no ver otra luz de mañana. No todo lo que consideramos realidad tiene porque serlo, quizás lo más seguro es que lo que consideramos real, para ella, no son más que leves pinceladas y sueños de algún mundo muy, muy lejano.

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