domingo, 12 de diciembre de 2010




Siempre me decía a mi misma que no hay que tener miedo a la elección, al fallo. Es ley de vida levantarse tras una caída que quizás haya podido trastocar tu mente. Las piedras son duras, hay cosas que jamás se rompen, al igual que jamás he temido volverme a equivocar.

Cruzar dos palabras, dos miradas cómplices, que unos una la simple conversación. A veces no te das cuenta de que la persona que puedes tener delante puede cambiarte la vida y la visión que tienes sobre el mundo y los hechos. Y todo se entrelaza y concuerda cuando se encuentran dos palabras, dos mismas visiones. Cuando nos vimos ni sabíamos quienes éramos ni nos importó. Ahora existe algo mucho más importante. Es como mirarte y verte clara, limpia, transparente y directa. Es verme a mi, es saber que todo puede salirme bien esta vez, que tú eres la indicada. Es tan cómodo poder confiar en alguien y contárselo todo sin que te juzguen y dejarle bucear en tu interior, que a veces olvidas que ese persona no es parte de tu mente.

No te hago un contrato de amistad eterna, al igual que tampoco hace falta decir que esto debió suceder hace algunos años. Todo tiene un porqué, quizás si nos hubiéramos conocido antes no hubiésemos acabado así. Creo que lo mejor que alguien puede decirle a otro es que confías en él, y yo confío en ti.

No te hago un contrato de amistad eterna porque creo que no hará falta, ¿no?

1 comentario:

Un boli Vic sin capuchón dijo...

Es la sensación de mirarse a un espejo. De hablar contigo y entenderse una misma mejor.