jueves, 24 de junio de 2010

Inmaterial



Todo es mentira. Un mero sueño, una realidad confusa, un baño de sangre vivo y susurrante.
Mis recuerdos son difusos, allá donde llega el mar y se pierden las montañas. Allá dónde la vista nunca alcanza, quizá porque no somos capaces de ver, de percibir; de oír. O quizá… porque no queremos verlo y nos encerramos en nuestro pequeño habitáculo transparente y a la vez oscuro.
¿Hablo por mi misma? ¿Hablo por los dos, o por la humanidad? ¿Qué quieren decir mis palabras, qué quiero reflejar? Son preguntas sin respuesta, como aquellas que me ofreciste una vez, sin mi consentimiento, sin mi permiso.
Siempre te hablo a ti, en mis oscuros pensamientos más íntimos y macabros. Siempre hay un espacio para ti en mí. ¿Por qué? Quizá porque necesites responder tus propias preguntas. Quizá porque necesites conocer a través de mí un mundo nuevo, un mundo antiguo. Unos pensamientos de luz, mezclados con unas ideas nuevas.
Siempre pensé en todo ello con un halo de tristeza. Todo lo que me enseñaste se perdió, de una forma u otra, porque sé que no tenías razón, y mi subconsciente se aferró a la esperanza de olvidar tu recuerdo. Un recuerdo que yo mantenía vivo, y que aún mantengo. No sabes cuánto me duele.
Aquella vez, cuando me tendiste la mano, cuando tu alma se fundió con la luz dorada del atardecer, mis sentimientos se contradijeron.
Podía atisbar su sonrisa a través de un cristal. Podía verte, pero no podía sentirte. No sé que quería, y sigo sin saberlo. Te tengo miedo, pero te necesito.
Necesito resolver mis dudas sobre la humanidad. Necesito un guía en mi vida, y ese guía fuiste siempre tú. Sólo tú.
Soy humana, como bien sabes. Y una vez, recuerdo que me dijiste que era demasiado pura y blanca como para ser una de ellos. Tenías razón. No sabes cuánto me duele ver la ambición en los ojos ajenos…
Y cuando sé que tengo que escapar, que tengo que huir, de todos aquellos que no me comprenden ni quieren hacerlo, de aquellos que no quieren sentirme, me acuerdo de ti.
¿Qué fue de la amistad, del valor, de la justicia? ¿Por qué ahora todo se mueve por el dinero y el interés?
¿Por qué hasta en la más absoluta justicia hay resquicios de maldad y corrupción?
Quizá… soy demasiado ingenua para comprenderlo.
Y ellos siguen hablando de riquezas, de avances tecnológicos, de la evolución del ser humano, de nuestros descubrimientos…
Hablan de todo ello como si fuésemos grandes seres; seres que han conseguido traspasar las barreras de lo animal y lo lógico.
Pero se equivocan, pues han dejado atrás lo más importante.
Sus valores como ser humano, lo único que los distingue de los animales, digan lo que digan.
Y yo me siento ajena a todo ello. No soy… no soy como quieren que sean. ¿Lo intento? No lo sé.
Inventamos máquinas, nos creemos superiores. Hemos abandonado al esfuerzo. El afán por conseguir nuestras empresas imposibles, lo hemos dejado en las manos de máquinas…
El honor, la lealtad y la verdad también lo hemos dejado atrás. Porque ahora sólo importa el dinero, la riqueza, el que tiene más es el más importante.
El liderazgo se ha vuelto corrupto, pues ya no se busca el bienestar del pueblo, si no la riqueza que éste puede aportarle, porque para ellos sólo somos un preciado ganado al que hay que cuidar, para que le aportemos dinero, dinero y dinero, y robarnos el que nos pertenece.
La gente se traiciona para sacar provecho de ello.
El orden de los valores altera nuestra vida, porque lo más importante lo hemos dejado atrás, en lo más hondo de nuestra alma, y quizás ya nunca lo podamos recuperar.
Quizá mi alma sea lo único que tenga, después de todo. Quizá es lo verdaderamente importante. Lo inmaterial, lo que nos hace felices.
Quisiera poder encontrarme a mi misma. Poder encontrar lo que siempre busqué en ti. Un resquicio de luz.
Por eso me atormento desde aquel día. Desde el día en el que me tendiste la mano y me preguntaste: ‘’¿Quién eres?’’
No supe qué responderte. Aún sigo sin saberlo.
Me sonreíste, como se le sonríe a un niño perdido para tranquilizarle, como se le sonría a un anciano que está a punto de morir.
‘’Yo… soy parte de ti. De todo lo que me has enseñado, de todo lo que he aprendido de ti. Yo soy un reflejo, un espíritu. Pero no soy tú.’’
Me sonreíste de nuevo y me tendiste la mano.
‘’¿Quién eres?’’
Y te marchaste. No pude ir contigo. Porque no sé quién soy. O no quiero aceptarlo. Quizá soy como una de esas estrellas cuyo brillo es tan cegador que no pueden verse a sí mismas.
¿Por qué es tan irónico? Eso no es cierto. Acabo de comprenderlo. Y nada tiene sentido. ¿Para qué he caminado tanto? ¿Por qué tanto camino? ¿Tan sólo… para resolver una de tus preguntas?
¿Quién soy?
No quiero darme cuenta. No quiero. Me miento a mi misma. Pero ya no puedo.
No quiero darme cuanta de que soy una humana. Un monstruo. Que no soy capaz de perdonar a los míos, que no soy capaz de encontrar en mí un resquicio de luz. Una esperanza de salvación para mi especie. Algo de humanidad en mí, en todos.
Y, puede que, esa sea mi perdición. Mi perdición y la de todos. No poder abrir los ojos cuando ya me he dado cuenta de lo que soy.
No puedo rectificar. En mis genes está. Soy un monstruo, como todos ellos.
Y así será.

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