domingo, 20 de junio de 2010

Ismael




- Papá - susurró el niño - papá, tengo sed.
El hombre salió de su ensueño y miró a su hijo que apoyaba la barbilla sobre su pierna, con una amplia sonrisa que dejaba ver una mellada entre sus dientes. Su padre le alborotó el pelo cobrizo.
- Ven Luis, vamos a la tienda que hay en la esquina del parque.
Los ojos del pequeño de iluminaron con dulzura.
- ¿La tienda de la señora que tiene el perrito?
- Si.
Ismael se levantó con cuidado y agarró a su hijo de la mano. El niño brincaba y canturreaba alguna canción que le habría enseñado su madre.

Bordearon el camino del parque y vieron a distintas parejas que llevaban a sus hijos a disfrutar del sol un día de domingo. Ismael echaba de menos en aquellos momentos a su mujer, a la que aún amaba a pesar de haberle pedido el divorcio años atrás. Aún podía recordar el perfume de su pelo cada mañana y el olor acaramelado de su cuerpo cuando despertaba junto a él, cada día, y ella se desperezaba librándose de su dulce abrazo. Un beso, una caricia. Una taza de café y el olor inundando la casa. Su boca pequeña y su leve voz. Pero ella se fue apagando, e Ismael no quiso darse cuenta. Y cuando todo acabó, cuando hubo de terminar el amor con una firma sobre el papel, él comprendió muchas cosas. Que ya no habría más paseos agarrados de la mano. Que ya no compartirían más amor juntos, con su hijo. Que ya no podrían inculcarle juntos todo aquello que un día desearon hacer. Que ya no habría más Ismael y Ángela allá donde fueran. ¿Tú eres el marido de Ángela? No. Yo solo soy Ismael. Solo Ismael. Solo. Estoy solo. Y ella no sé dónde está. Sola también.

- ¡Papi mira! - dijo el pequeño, señalando una bebida con un envase de colores estravagantes. - El novio de mamá me lo compra siempre.
- El novio de mamá... - suspiró Isamel - ¿Es bueno contigo, Luis? ¿Es bueno con mamá? ¿No la hace llorar? ¿Ella... está siempre bien?
El niño le miró, intenando ver más allá de las palabras de su padre con una tenue inocencia.
- Mamá siempre está sonriendo. Y está más tiempo jugando conmigo. Todas las noches me lee los cuentos que tú le escribiste. Su novio me regala muchas cosas y mamá dice que me quiere mucho.

Ismael le tendió la bebida a su hijo y lo alzó en brazos.
- Y tú, ¿me quieres a mi? ¿Aunque no pueda estar contigo siempre?
Luis sonrio y abrazó por el cuello a su padre, hundiendo sus mejillas sonrosadas en el cuello cálido de él.
- Papi - sollozó - Te echo mucho de menos. Vuelve a casa papi. Mamá no me lee los cuentos como me los lees tú. Y el novio de mamá no me pinta mis dibujos favoritos ni juega conmigo. No te vayas más papá.




La piedrecita estalló contra la superficie de agua inmaculada, saltando de nuevo y hundiéndose en el agua.

- ¡Otra vez! ¡otra vez! - gritó Luis.
Ismael cojió otra piedra y la lanzó al agua. Ésta volvió a saltar dos veces. Miró a su hijo, vio como sonreía. Y también vio que faltaba algo. Algo muy especial para el niño y que no tenía. ¿Ángela lo estaría haciendo bien? ¿Le estaría inculcando todo lo que ambos aspiraban en la vida? ¿Todos aquellos valores que una vez compartieron? Sin embargo, allí estaba Luis. Creciendo poco a poco, sin él a su lado. Sentía cada vez más lejos a su hijo, y sentía aún más hondo en su alma el no poder crecer junto a él. Que le contase su primer problema. Su primer beso. Su primer trabajo. Ya no podría compartir la vida de su hijo.

- ¡Papi mira! - dijo, señalando hacia la tienda - ¡Es la señora con el perro! ¡Papi vamos!
- Luis, espera...¡Luis!
El niño corrió, corrió como nunca lo hizo. Con una sonrisa en los labios de inocencia. Su vista sólo miraba hacia el perro de color canela que le ladraba a lo lejos. La suave brisa. La negra carretera.

- ¡Luis! ¡LUIS PARA! ¡LUUIIS!
Un frenazo. Un golpe seco y rudo. Gritos a lo lejos y ojos vacíos. Unas ruedas derrapando y un grito. Un grito sólo.

Ismael quedó de pie. Sólo eso. La gente se arremolinaba en la carretera. Sonido de ambulancias. Silencio sordo. Y luego cayó la noche.

Ismael caminó. Hacia algún lugar. No paró de caminar. Nunca paró. Nadie supo hacia dónde. Nadie dio con él. Nadie le dijo adiós.


Nadie le dijo adiós a Ismael.

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