lunes, 28 de junio de 2010

Reduciendo historias




Que si el barco se hundiera, yo seria el capitán, y este no es mi barco y yo no soy de nadie, tampoco sé nadar...


Sabe que la vida oprime, que sangra y no late. Le apacigua la tranquilidad del ambiente y la propia rutina. Quiere tener un techo para vivir, un cuarto que refleje el mundo entero y una mesa para apoyar los pies. Desea descansar tras una jornada de trabajo en un sillon, rodeado de paredes que le ofrezcan calidez y unos brazos que le prometan amor eterno cada noche. Desea una sonrisa, un adiós cuando se vaya y un te quiero al volver.

Pero la vida le pesa tanto como los años y quiere escapar. Escapar de todo lo que le rodea y todo lo que le oprime el pecho. Inconformista consigo mismo. Inconformista de la propia realidad y de sus funcionalidades. A veces incluso desea no ver más allá por miedo a lo ajeno. Se ahoga y no sabe nadar en esas aguas profundas. A veces cree hundirse, otras tantas cree flotar.

Ama un gesto. Ama un detalle. Quiere. Desea. El querer y el no poder. Quiero vestir de luces su oscura mirada, pero donde él está, ya no puedo llegar. Quiere huir y escapar. Enfrentarse a la vez. Una y otra vez. Desea tan poco; pero se le escapa de las manos. Como mi reina de las suelas gastadas. Te quiero decir que siempre queda más de lo que no puedes ver. Te quiero decir mil cosas que no te servirán. Te quiero decir que te quiero, que te quiero y que quiero más tiempo del tiempo que tengo para tenerte.

Estás en la vida, enganchado. Yo intento frenar en sus segundos. Yo te digo que no escapes. Que aceleres con la maldita prisa y que acabes con la musa de la vida.

Que tú puedes.

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