miércoles, 30 de junio de 2010

Venecia





Era curioso bajar del avión y asumir que ya no estabas en casa.
Miraras hacia donde mirases, te cruzabas con las miradas de personas con la que nunca jamás volverías a hacerlo. Culturas y voces distintas a las que estabas acostumbrado. Carteles de calles en otro idioma. Aquellos curiosos que miraban tus maletas pesadas y un aire cálido proveniente de un mar tranquilo.

Esperabas sentando en un autobús llegar. Un joven tarareaba una canción, muy despacio, en italiano. Te hizo gracia y sonreíste. Eran ya las seis de la tarde y el sol se tornaba de un dorado cálido. Campo, flores, casas con encanto y vías de trenes. Todo se te hacía tan familiar como si siempre hubieses vivido allí.

Te bajaste en tu parada y respiraste el aroma salado. Ya estabas allí. Colgaste tu mochila al hombro y tiraste con lentitud de tu gran maleta de ruedas. Las grandes baldosas antiguas resonaban bajo tus pies y descubriste a su vez miles de turistas más. Caminabas lentamente observando aquellos edificios antiguos, que abrían paso a miles de callejuelas pequeñas, de colores vibrantes y llenas de recodos mágicos. Cruzaste un puente con lentitud, para descubrir que había cientos más. El agua de los canales resonaba con una meldía ancestral en todas las calles de la antigua Venecia. Se te entojó lejana su recuerdo, como si la misma ciudad te quisiese transmitir algo.

Cada pared guardaba miles de recuerdos de generaciones pasadas. Una ciudad sobre el agua. Callejones oscuros iluminados por la luz del sol que se colaba entre los pequeños recodos que dejaban libre las enredaderas, que jugaban entre los techos de las casas más bajas. Algunas plazas de un blanco inmaculado dejaban lugar a maravillosas catedrales de cuidados detalles y magníficas esculturas. La ciudad parecía que te hablaba, las calles resonaban de luces, oro y máscaras. La gente pasaba, sonreían. Las plazas rebosaban de vida, de bares y de jóvenes.

Antes de llegar, cayó la noche. Las luces de las calles iluminaban tenuemente las ondulaciones de las aguas de los canales. Gondoleros cantaban y paseaban a parejas en sus barcos por los antiguos canales; los mecía, los acunaban. La ciudad les prometía amor eterno, juventud y magia. Igual que magia tenían los leones adosados en cada esquina, en cada calle en la que te quisieras perder. Los cantos de sirenas perdidos en lo más profundo del mar, que querína adentrarse en Venecia y besar sus calles, y cantar a la noche serenatas hermosas y acompañar a todo aquel que desease perderse unos instantes en aquellas calles interminables, en su dulzor, en el misterio que guardaban los palacios milenarios y en el brillo de la luna sobre el nácar de sus puentes.

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